jueves, 22 de enero de 2015

LITERATURA. CUENTOS PREMIADOS


Premio al mejor relato local: cuentos de la laguna. Berrueco 2010.



Rosa y el jardín de la Higuera


Siempre había oído hablar de Bello,  el  pueblo de hermoso nombre, pero nunca conduje por carreteras que me llevaran a él, aun así, Rosa, mi buena amiga, me dedicaba horas de paseos por sus recuerdos, y juntas caminábamos por lindos parajes, sus   palabras me adentraban en los escondites de su alma inquieta, alcanzando lugares que terminaron resultándome tan familiares que fácilmente podría reconocer las calles por donde había recorrido su niñez.

A decir verdad, siempre deseé visitar las tierras de  las personas a las que quiero, convencida de que ello es una forma de compartir el cariño hacia las raíces y seres  que me acompañan en mi viaje.  Allí dondequiera que he ido viviendo, primero Ceuta, después Lérida, siempre mantuve mi interés por las culturas de pueblos cercanos y he podido rememorar o participar de algunas, pero es tan poco lo que puedo abarcar y  tanto lo mucho lo que se va quedando a un lado...

De Teruel, bien conocía aquello que todo turista no podía dejarse atrás: su Torico ¡cómo no!, pero sobre todo sus Amantes, leyenda que más de una hemos invocado cuando a tu enamorado le brindas tu pasión hasta más allá de la muerte. Una vez allí, no deja indiferente la perseverancia con la cual la ciudad rinde homenaje a dos seres que queriéndose, no pudieron amarse como hubieran deseado.

Pero es imposible adentrarse como turista por los caminos de la niñez de Rosa, para ello, hay que tener madera de  viajera de antaño y olvidarse de la premura… dejándose llevar por un tiempo que discurre sereno, tan calmo que se he remansado en sus recodos auténticos, teniendo la ocasión de bañarse en sus parques y en su naturaleza viva para conversar con  lugareños,  asomándome  a  relatos y tradiciones de esa  buena gente que vive a los pies de una Laguna.

Oír a mi amiga hablar de Tornos, Berrueco, Las Cuerlas, Gallocanta, esos pueblos que más allá de Calamocha con el mítico Bello se abrazan amparando la Laguna,  me había encariñado hacia un Teruel aún por caminar…

Rosa me hizo amar estas tierras antes de poner un pie en ellas, avivando el anhelo de divisar a lo lejos las espadañas de sus ermitas, de compartir algunos momentos con sus serenos habitantes, gentiles con transeúntes de paso y generosos con el ajetreo que todo foráneo  provoca.

Me ilusionaba llegar hasta esas villas que custodian la gran Laguna de aguas plateadas para comprobar si realmente existía tal como ya la conocía o por el contrario sólo era una ilusión alimentada por tanto cariño manifestado en su afán de acercarme al gran manto, que se ofrece majestuoso a cuanto habitante anida por sus orillas. Rosa me transmitía en cada frase un gesto de ternura hacia las olas en reposo de Gallocanta. 

He de decir que nunca me imaginé que todo un mar pudiera caber en mi corazón, tan dulce como salado, tan plácido  como activo, todo un oasis de fauna y flora en medio de unas tierras sobrias, y en efecto, no cabía... y no por ello no podía dejarse de llamar mar, pues aunque embalsando cada gota de sus aguas se aloja en el sentimiento de sus vecinos y viajeros, convirtiendo esta Laguna en un gran océano.

A nuestra querida Rosa siempre le gustó pintar, quizás por ello era capaz de cromar tan vivamente sus recuerdos,  dejando su  huella plástica en vivientes tonos provocadores, ya fuera en sus evocaciones o en sus cuadros. Así, le gustaba jugar a tapizar con flores las hierbas adormecidas de patios abandonados, y lo cierto es que pasado un tiempo, las plantas florecían vivarachas junto a pequeños matorrales. De ella os diré que la  luz se hacía compañera de sus pinceles de colores, para  atrapar tonos existentes en imágenes reales vividas de ensoñaciones y recuerdos.

Yo participaba de este talento, sólo como observarte, admirando como se puede dar vida  a los cuadros... ¡yo que solo sé dibujar personajes!, pero Rosa, puede vestirlos con el color que mejor se adapta a sus hazañas ya que en sus manos dejo el destino de sus ropajes.

 Aún conservo la afición a escuchar relatos sin estar sentada junto a hogares encendidos, me encanta acurrucarme bajo cuentos e historias pasadas, que no por ser increíbles, no se manifiestan menos ciertas.

 Rosa, fiel a teñir leyendas de antaño, me sumergía en paisajes de atardeceres rojizos, donde ella soñaba o pintaba bajo la  sombra de la vieja higuera,  ésta, sabiéndose importante, se mostraba  dueña y señora del jardín y ofrecía magnánima su frescor a los habitantes del caserón, que con sus ventanales abiertos se sumaban al agasajo con aires  recién bañados en las saladas aguas cercanas.

 La higuera con el tiempo se tornaba más grande y sabía,  cobijando en  sus ramas la magia de los relatos decantados en el tiempo, tal fue su generosidad que un buen día decidió que ella misma  “la señora higuera” haría de narradora de sus cuentos.

El venerable árbol dejaba pasar los años y con ellos las horas de espera sabiendo que todo llega en su momento, y… una mañana cuando el verano dejaba entrever su merecido descanso y el calor se adormecía cerca de los insolentes árboles que se despojaban de sus ropas, la carretera se hizo presente, y Rosa ¡por fin!, me colocó frente a un recta: en ella, las señales marcaban kilómetros de descuento para llegar a la casa que yo conocía por haberla transitado inmóvil, atenta a la escucha,  sentada en el sillón de las vivencias que no por ser ajenas, no eran menos compartidas.

Al llegar al hogar de las historias, lo primero que deseé fue acercarme a la señora higuera, que en su jardín permanecía aguardando a sus invitados. Rosa había tomado asiento sobre los matojos incipientes, mientras, yo buscaba su sillón de los sueños. Una vez acomodadas nuestra amiga la higuera arqueó sus ramas para acogernos:

“Hola amigas, os estaba esperando... en verdad, ha sido un duro invierno, y a pesar de que me arropé en mis hojas evitando el frío, creo que se me heló otro poco de mi desgastada savia... Sé bienvenida viajera amiga de Rosa, -me saludó la higuera-.  En mis días invernales me mantuve ocupada pensando en el regreso de vidas y risas entre las ventanas al viento, en mis raíces construí enredaderas de historias para celebrar nuevos encuentros, y éste lunes de agosto es uno de los más esperados... desde que mucho tiempo atrás  le oí susurrar a esta tierra que "te había llamado.”

“Esta noble higuera no puede negar  que es de aquí...”  -pensé por un instante sonriendo – “gentil... ¡y socarrona!". Cierto es que bastante me he dejado esperar.

Prosiguió entonces:
“Habéis de saber que hace ya muchos siglos,  en estas tierras donde tanto os gusta pasear, nos alcanzó un gran imperio, y algunos de sus legionarios aquí se quedaron levantando la primera ciudad que altiva se alzaba reflejándose en el lago, Lucumtum,  orgullosa por divisar cada mañana campos de azafranes que conservan su peso en monedas de oro”

Rosa y yo, permanecíamos calladas escuchando el relato, y nuestra amiga se crecía mientras nosotras viajábamos a épocas donde emperadores se proclamaban señores y laureles vitoreaban las conquistas y los legados.

“Pero la gloría pasó en apenas mil nidadas, y una y otra vez llegaron años de batallas, de medias lunas y cruces, de creyentes y de infieles,  heridas que no dejan impasibles las aguas que se funden en el cielo, castillos almenaron sus cercanías,  creando fortalezas que invocan aún edades en las que guerreros encomendados a su mismo Dios o al otro,  herían a pueblos que moran a las orillas de la Laguna...  aún resisten mudas torres que añoran arengar armas y ondear blasones, todavía hoy voces de otras épocas codician el lago, mal ejemplo si para adorarte no dudarían en volver a teñir de rojo aguas y juncales.

Fue ésta en la que arraigo, tierra de nobles y recios antepasados, siempre presente en formas de vida de antaño, sobreviviendo a cambios de vientos, erosiones y por qué no decirlo: a manos de algunos hombres que  maltrataron su natural enclave, tu Laguna, sola, amamantabas a tus pueblos, eran tiempos donde eras más dulce y tus aguas daban de beber a más bocas sedientas.

 Pero…dejemos pasar la historia, aún quedan muchos hechos y grandezas de este lugar que aún están por llegar y por escribir... os sugiero queridas amigas que toméis cualquiera de las leyendas que cuelgan de mis ramas,  mientras queden niños de edad o de corazón, seguirán junto a mis frutos madurando y abriéndose para vosotras...

Mirad ésta, una de las más altas... ¡pero no seáis como esos brutos que para devorar mis frutos! ¡Capaces son de darme con la vara!, yo os la acerco, poneros un poco de puntillas para alcanzarla... “

Rosa y yo tomamos a manos abierta la leyenda que nuestra amiga higuera nos sugería y entregándosela a sus ramas nos leyó:

“Cuentan de una mujer  cada amanecer llegaba hasta las orillas de la Laguna, mojaba sus manos en el agua salada, y humedecía su rostro con ella, dicen que al sentir la frescura sobre su cara , resplandecía hermosa y al mirarse en las aguas, era como si los años pasados quedaran atrapados entre los juncos y su hermosura se mantuviera intacta.

Siempre al llegar el día realizaba el mismo ritual pero llegó una mañana que al reflejarse en el agua había desaparecido el encantamiento, su rostro era diferente, sus manos arrugadas, sus ropas no lucían lisas sobre un cuerpo dulce y joven. Extrañada, mojó primero sus pies y después hasta su cintura, pero seguía mirándose en el agua, y cada vez que lo hacía, su piel marcaba el paso de los años. Aterrada mojó todo su cuerpo, se sumergió en las aguas, volvió a mirarse en el lago y contempló a una anciana... ella exclamó al cielo pidiendo su belleza, pero el cielo le enseñó su historia y le dijo que era hora de que la Laguna dejara de mojar su cuerpo. Ella le rogó tenerla siempre cerca, que no la desterrara de sus aguas, y en ese momento el cielo la convirtió en Luna para que cada noche hiciera resplandecer su hermosura.”

Rosa y yo escuchábamos a la higuera, había atardecido, el frescor nos hizo adentrarnos en la casa, estábamos cansadas y decidimos sentarnos junto a la ventana. Hablamos de la historia que nos había contado la higuera, y de pronto, sentimos deseos de coger el coche, conducir hacía la orilla de la Laguna, de tomar el agua con nuestras manos, de pasarnos las manos por la cara, juntas miramos al cielo, y en ese momento, resplandeció la luna.

 Nos quedamos dormidas junto a las aguas. Amaneció, el canto de las aves anunciaba un nuevo renacer, Rosa se dirigió hacía el coche, sacando una caja con múltiples colores, en sus manos, pinceles y lienzos. Caminó hacía mí, pronto inundó de colores la tela sobre la que pintaba, yo la admiraba asombrada, sus manos reflejaban la belleza de las aguas queridas, mientras, yo busqué en mis múltiples recuerdos una libreta donde escribir, inicié un nuevo relato en él, higueras y personas retomaban vida, mis personajes se habían convertido en colores bajo el fondo de un viejo lienzo. Levanté la vista hacía la Laguna, dejé mi pluma en el suelo, Rosa colocó sus pinceles nuevamente en la caja de múltiples colores, me pidió que le leyera mi relato y justo en ese instante una mujer apareció de nuevo, mojó sus manos en el agua, mojó su cintura y su pecho, y mirándose en las aguas… su reflejo desapareció con el viento.

Querida Laguna de Gallocanta, apenas tres días anduve por tus suelos pero te quedaste en mi mirada grabada y te recuerdo cada noche cuando la Luna se hace señora en el cielo.


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